Qué hacer en Tahití

Muchos lo llaman paraíso. Esta es la guía para un primer viaje a la mayor de las Islas de la Sociedad.

Tahití es la mayor isla de la Polinesia Francesa, con una superficie de 646 km2 repartidos en dos ínsulas, Tahití Iti y Tahití Nui, unidas por el istmo de Taravao. El de Faa´a es el aeropuerto internacional que da entrada a las Islas de la Sociedad, archipiélago dominado por Tahití y acompañado por otros paraísos cercanos como Moorea, Bora Bora, Huahine o Raiatea. Más tarde navegaremos hacia ellos.

Una primera vez en la isla de las tentaciones polinesias

Papeete: cruasanes en la selva

La primera parada nos lleva a Papeete, la capital y única ciudad como tal en la Polinesia Francesa, con 27.000 habitantes. Con dedicarle dos o tres horas, el viajero quedará más que satisfecho.

Caminamos por un puerto siempre bullicioso y algo destartalado donde lucen edificios de techos de chapa oxidada y fachadas cubiertas por enormes grafitis. Algunos de ellos son verdaderas obras de arte, como las del muralista chileno INTI y los del español Okuda.

Papeete significa “cesta de agua”, pues era antaño el lugar de reunión donde los tahitianos acudían para llenar sus calabazas con agua fresca. Hoy la ciudad alberga hoteles de categoría mundial, spas, restaurantes refinados, pastelerías, clubes nocturnos, museos, galerías de arte, tiendas de perlas y de moda surfera y hasta su propia Notre Dame entre cocoteros, bananeros y el aroma del jazmín.

El punto más caliente de la ciudad es sin duda su mercado, especialmente si se viene aquí temprano (lo que viene siendo las cinco de la mañana). Los mayoristas aparecen a esa hora para regatear en su compra de pescado, vegetales y demás productos frescos. El resto de la mañana el viajero tendrá que deambular también entre turistas y suvenires, aunque nadie dirá que Papeete en particular y Tahití en general sean presa del turismo de masas como pueden serlo Honolulu y Oahu.

¿Para comer?

Nos acercaremos a sus famosas roulottes o foodtrucks, que se asientan en cualquier aparcamiento y a los que acuden los locales. Uno de los spots gastronómicos más populares al caer la noche es la plaza Vaiete, donde podremos degustar propuestas como el pescado crudo con leche de coco o el Chao Men, elaborado con fideos chinos salteados con verduras, carne y gambas. Todo ello con vistas al mar. Quien quiera, además, presenciar un espectáculo de danza tradicional, que no dude en acercarse al hotel Intercontinental. Todas las noches los bailarines interpretan el famoso ori Tahiti, para deleite de huéspedes y comensales que reserven para cenar.

hacia las cataratas de papenoo

Si ponemos rumbo al litoral noreste iremos descubriendo enclaves costeros como la playa de Lafayette, donde rompen las olas con fuerza para salpicar los chalets cercanos. Subimos por la carretera que bordea las colinas de Arue para asomarnos al belvedere de Tahara´a, donde espera una panorámica privilegiada de la isla de Moorea y la bahía de Matavai, donde desembarcaron los primeros colonos europeos.

Al otro lado del valle, la carretera solitaria bordea la costa y se topa con playas como la de Ahonu u Orofara. De arenas negras, aguas turbias y gran exposición al oleaje ante la falta de barreras de coral que las protejan. Eso sí, nunca faltan las furgonetas aparcadas bajo las palmeras ni los surfistas con tatuajes tribales.

navegando por las estrellas

Cuando el sol empieza a ocultarse tras la isla de Moorea, acudiremos a Pointe Vénus para poner el broche final a esta jornada explorando el norte de la isla. Situado en su extremo septentrional, en una estrecha península rodeada por una playa de arena negra y una línea de arrecife que apacigua sus aguas, a apenas 8 kilómetros de Papeete, el atardecer se pinta aquí con tonalidades rojizas y ocres mientras el vaivén de las olas sirve de banda sonora (si no lo hace la música del altavoz de los jóvenes).

la laguna y los marae

Para encontrar el Mana a veces hay que madrugar. Si al atardecer nuestra brújula zen apuntaba a Pointe Vénus, al amanecer nos guiará rumbo al Monte Aorai. Su belvedere es el lugar ideal para contemplar la salida del sol y para olvidarse del coche y animarse a coronar uno de los techos de la isla.

Eso sí, la ruta a la cima del Monte Aorai está reservada para senderistas curtidos que no teman enfrentarse a un desnivel de 1.430 metros y 18 kilómetros de recorrido circular (se recorre en unas diez horas).